El síndrome del impostor
Has trabajado muy duro en la preparación del proyecto. O del artículo que vas a presentar. O en la canción que vas a cantar. O en la película que acabas de grabar. Y en ese momento, piensas que no va a salir bien. Ese miedo escénico es habitual. Las mariposas antes de un estreno. Lo que no parece tan habitual es que la razón por la que crees que no va a funcionar es porque “te van a pillar”. Porque la gente alrededor de ese proyecto va a darse cuenta de que tú no merecías estar ahí, con esa responsabilidad. Que no sabes gestionar. Que no sabes escribir. O cantar. O interpretar. Que has engañado a todos y estás ahí sin merecerlo.
Ese es el síndrome del impostor, definido así en 1978 por los psicólogos clínicos Pauline Clance y Suzanne Imes. Es una sensación compleja. Parece que en general se atribuye a individuos muy capaces pero que sienten esa sensación de desasosiego, de que son un fraude. Pero creo que es aplicable a todos nosotros, gente más normalita, pero que se encuentra en ocasiones con situaciones que no cree que pueda afrontar con éxito, y lo asocia a que su capacidad está sobreestimada. No solo no valemos, sino que además, como no lo dejamos, estamos siendo unos impostores.
Un artículo de Caltech describe tres categorías: la de la persona que se considera un engaño, la del que atribuye todos sus méritos a la suerte, y la del que descuenta el éxito. Una persona con síndrome de impostor sentirá una mezcla de estas sensaciones.
En ese mismo artículo se dice que una solución es aceptar ese síndrome y dejar que te acompañe, permitiendo así que ayude como factor de esfuerzo, de preocupación por que el trabajo salga bien.
Creo que algo así es lo que siento yo, y como lo contrarresto. Cada vez que tengo un nuevo desafío (una nueva asignatura, un nuevo rol en mi empresa, una negociación complicada), mi mente tiende a decirme que no tendría que estar ahí, que otros lo harían mucho mejor, y que al final “me van a pillar”; que tendría que haber rechazado la propuesta, o no haberme atrevido a poner en marcha el proyecto. No lo puedo evitar. Es una sensación compleja y, en ocasiones, bloqueante, aunque de manera temporal. La sensación de poder defraudar al equipo, a la institución que te ha contratado, etc., es más fuerte que cualquier sensación de “podré hacerlo, yo lo valgo”.
Por suerte, ese bloqueo no dura siempre, y la reacción habitual suele ser que le dedique muchas horas a “evitar el desastre”. En general, consigo llegar a puerto con vida.
Si es así, ¿por qué sigo pensándolo cada vez que tengo un nuevo reto? ¿Por qué no aprendo y acepto que pasaré por ese período de miedo y que luego las cosas saldrán relativamente bien? Imagino que porque para mi cerebro es un seguro; seguir sintiendo esa sensación de que estoy por encima de mi capacidad me permite seguir esforzándome. Seguro que el primer gran, gran batacazo que me meta será si en algún momento ya no tengo esa tensión.
Pero mientras tanto, aprovecharé esta sensación para seguir esforzándome en cada proyecto, y no me pillen :)
Pero mientras tanto, aprovecharé esta sensación para seguir esforzándome en cada proyecto, y no me pillen :)
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